miércoles, 4 de enero de 2012

La mudanza

Daniel Montes de Oca



“No puedo mudarme del mundo”, me dijo resignada mientras su mirada se fijaba en el pasado, en los últimos cinco años de su vida.
El duelo apenas comienza, su cuerpo no soporta la pesadez del adiós, la infinita tristeza de un final.
La tradicional sonrisa que suele acompañarla la abandonó, se escondió asustada por una realidad en la que es tiempo de enfrentar a solas el porvenir, sin el inseparable compañero que hacía la vida un poco ligera.
El amor eterno es una utopía para ella, pero nunca tuvo tiempo de preparar la despedida, ésta le llegó de sobresalto, la golpeó y ahora la enfrenta con las fuerzas que le contagian sus viejos cómplices: la familia y sus amigos.
Es la historia moderna de las relaciones de pareja: todo parece perfecto, cada pieza embona en su espacio, hasta que aparece el tiempo y se lleva con su rutina al entusiasmo; la ilusión la convierte en hartazgo y los sueños se posponen para una mejor ocasión…
“Debo tocar fondo para poder levantarme”, confiesa con voz de esperanza. Es tiempo de escuchar hasta el cansancio ‘su’ canción, esa que la transporta a los tiempos de plenitud, en los que ‘en la calle codo a codo ellos eran mucho más que dos’…
Por ello suena Calamaro de fondo y a ella se le agolpan los recuerdos: “Para qué contar el tiempo que nos queda, para qué contar el tiempo que se ha ido, si vivir es un regalo y un presente, mitad despierto, mitad dormido, mitad abierto, mitad dormido…
Presenté mis credenciales a tu risa, y me clavaste una lanza en el costado”…
Hoy sé que te gustaría “mudarte del mundo”, pero, por favor, no lo hagas, no sucumbas, pronto llegará de nuevo la luz y volverás al estado de gracia que ha marcado tu andar por esta vereda.
Para ti I.P.R.
6 de junio de 2011

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