martes, 19 de agosto de 2014

Pueblo mágico


Daniel Montes de Oca

 


Así como apareció, se perdió de mi vista dejando una estela de alegría, nostalgia y arrepentimiento.
El trecho entre admirar a alguien y la posibilidad inesperada de tenerlo a) de frente es infinito. Pues bien, el pasado fin de semana ocurrió.

Para celebrar de forma atrasada el cumpleaños de una persona importante en mi vida, luego de descartar Valle de Bravo, por pronóstico de  lluvia, y Real del Monte, por frío, recalamos en Tepoztlán, sitio en el que la principal de las certezas es la felicidad.

Conservo la maravillosa virtud de saber observar, descubrir, darle importancia a los detalles y sorprenderme. 
Con esta fórmula la encontré: yo caminaba entre la gente y su andar indiferente, con bossa nova aderezando el día, cervezas gigantes preparadas reemplazando al agua, el ofrecimiento de tomarte la foto de tu aura y un sinfín de elementos propios de un sitio único.

Es curioso pero antes de llegar a reconocerla fijé la vista en su mascota, un simpático perrito Yorkshire terrier. En el recorrido de la mirada para conocer a la dueña jamás me pasó por la mente descubrir ese rostro limpio de poses y maquillaje.
No tuve reacción. “Mira”, me dijo Adriana, mi compañera de viaje, resumiendo en una palabra el gusto que me invadiría por coincidir con tan maravilloso personaje. 
Seguí pasmado, contemplándola mientras ella continuaba su andar.
Conocedora de mi admiración por Ana, mi cómplice me animó hasta en tres ocasiones a saludarla y solicitarle una foto. No accedí, la vena de fan no se desarrolló en mi organismo y me daba pánico siquiera interrumpirla para dicha solicitud.
Hubo una contraoferta de Adriana: “Yo le digo, tú sólo te tomas la foto”. Mi respuesta no varió. Más adelante nos volvimos a cruzar durante nuestro recorrido por las calles empedradas, bajo un clima cálido y el talento mexicano impregnado en la ropa y artesanías. 
Me mantuve sin abordarla, me conformé con contemplarla a una distancia envidiable. Esa fue mi forma de sustituir a la selfie, o solicitar una firma que sirve de poco y nada.


 

Una de las señales que nos permiten advertir que estamos envejeciendo es que nos cuesta adaptarnos a las cosas nuevas. 
Pues bien, a mí el desparpajo del fan de oficio no se me da y hoy los muy jóvenes lo practican con maestría... 
Aunque minutos después reparé en mi error. Mi caso va más allá de ser un admirador de oficio. Siento una tremenda empatía con lo que conozco de ella a través de su trabajo, entrevistas y acontecimientos públicos. Esto, aunado a una belleza que por natural debería ser patrimonio nacional.
La perdí de vista por segunda ocasión y en ese momento me invadió una cruda moral mayor a la de mis épocas de adolescente y adulto inconsciente. Me quedé con las ganas de algo y eso va más allá de ser o no un fan, o de mi carácter reacio que no permite ceder.
Para buscar un tercer ´encuentro a distancia´ le escribí vía Twitter:  “Hoy lamenté no tener ese lado de fan que en estos casos es necesario... Tepoztlán brilla con tu andar y talento, @LA_SERRADILLA”. 
Su respuesta, minutos después, me generó sentimientos encontrados: “Muchas gracias. Nos hubiéramos tomado una foto. Un abrazo grandote!”... Tremenda lección.
“¿Por qué no le hablé?”, lamenté una y otra vez durante todo el día; esto, aunado a las burlas de Adriana, quien de tonto no me bajó, y con justificada razón.
Hoy, ya con la frialdad de las horas transcurridas reparé en que quizá nunca tendré una foto con Ana Serradilla, pero el  recuerdo de descubrirla caminando por las calles empedradas de este pueblo mágico de Morelos, perdurará sin desgaste en mi memoria.

DRMO

17 Agosto 2014

miércoles, 6 de marzo de 2013

Un atardecer de ‘realismo mágico’

Daniel Montes de Oca



La espera por su llegada fue similar a la de una primera cita: taquicardia, ansiedad a tope manifestada con un incesante sudor de manos, y tragos nerviosos al café.
Ahí estaba yo, en la sala de una librería, aguardando el arribo de un personaje al que sólo en una novela de ‘realismo mágico’ hubiese imaginado conocer.
Dicen que los seres humanos vivimos la inseguridad cuando nos ponen enfrente lo que deseamos, y esta teoría la comprobé aquella tarde.
Libro en mano, listo para ser ‘dedicado’, y la vista fija en el lugar que ocuparía el ‘maestro’, para trazar la estrategia rumbo a su encuentro…
Todo empezó gracias a Luis Enrique Iglesias, un ex compañero y buen amigo con quien coincidí en el periódico donde actualmente laboro. Su madre, Lidia, una señora encantadora, es la enfermera de esta leyenda de las letras, y amablemente le ofreció a su hijo la posibilidad de que, junto con un grupo reducido de amigos (tres) nos tomáramos una foto con él, además de que podía firmarnos algunas de sus obras.
La cita original el pasado sábado 16 de febrero fue en Plaza Loreto, al sur del Distrito Federal, lugar al que el escritor de 85 años (en esa fecha) iría a disfrutar de un helado al mediodía. Sin embargo, su equipo de trabajo decidió de último momento cambiar el sitio y llevarían al maestro a la librería ‘El Péndulo’, por lo que cambiaría la nieve por un café. Luis Enrique, Manuel, mi tocayo y yo iniciamos el recorrido rumbo al Centro Comercial Perisur, pero en el camino una llamada telefónica que recibió Luis cambió nuestro panorama. Su mamá le pidió que ingresáramos al lugar, solicitáramos una mesa, pidiéramos café y aguardáramos la llegada del personaje que nos haría el día y muchos atardeceres.
De pronto, la idea de que de manera escueta y casi apresurada nos firmaría un libro y podríamos tomarnos una fotografía con él, cambió de forma radical. Llegaría a sentarse con nosotros y departiríamos algunos minutos…
Apenas atendí las preguntas de la mesera y ordené un ‘late’, mientras a lo lejos lo descubrí: con un andar cansino y apoyado de la señora Lidia se abría paso entre un mar de libros para llegar a donde estábamos ubicados.
Coordinados y pasmados, los cuatro ‘anfitriones’ nos pusimos de pie para recibirlo. Nos estrechó la mano uno a uno y regaló una sonrisa encantadora.
Genovevo, su chofer y asistente, lo ayudó a tomar asiento, mientras la mamá de Luis le solicitó un capuchino “no muy caliente”, el cual tuvieron que ‘enfriar’ en un par de ocasiones.
Fueron escasos 20 minutos los que estuvo en el lugar; suficientes para convertir el momento en inmortal.
Vestía impecable con un chaleco beige, blazer café del cual asomaban unos lentes de la solapa, pantalón azul a rayas y una corbata de varios tonos, la cual, por cierto, se aflojó, pues le molestaba.
Iba afónico y cansado. Cada que decide salir de su casa en el Distrito Federal, en donde vive desde hace 40 años, emprende una travesía, pues la gente lo reconoce, lo aborda y forma una nube a su alrededor, situación que su equipo de trabajo, en el que está incluido un guardaespaldas, ya sabe manejar.
Luce abrumado con las muestras de afecto, pero las corresponde con la humildad que caracteriza a las leyendas.
Apoyado por su asistente dedicó los libros y posó para las fotos, no sin antes bromear indicando con la mano derecha que nos cobraría por ello.
“¿Cómo ve a mi hijo?” –le preguntó de pronto la señora Lidia–; entonces, reflexionó unos segundos, observó a Luis Enrique, y soltó la sentencia: “Va a ser mejor que tú”, desatando la risa de los presentes.
En ningún momento le quité la vista de encima, cualquier movimiento que hacía resultaba significativo: sostenía la taza de café con las dos manos y le daba grandes sorbos; en cada dedicatoria observaba el título del libro en el que escribía; prestaba atención a la ‘estrategia’ de su equipo de trabajo para regresarlo a casa y, desde luego, nunca dejó de sonreír.
Gabriel García Márquez –o Gabo, como le llaman cariñosamente– habló poco en ‘nuestro’ encuentro; el ‘Maestro’ lo ha dicho todo a través de su obra.
DRMO
Febrero 23 de 2013

jueves, 14 de febrero de 2013

Amor en soledad


Daniel Montes de Oca

Las burlas por la ausencia de una pareja se han vuelto tan comunes que apenas me generan molestia.
Esta fecha no deja de ser una estadística que indica el tercer año en una ‘soledad relativa’.
Caminar sin alguien al lado genera vacío en el alma, pero alimenta la esperanza de encontrar a la persona adecuada para esta vez no equivocarse.
Ser espectador de fascinantes historias de amor es un privilegio que puede llegar a cansar porque no asoma el momento de tener el rol protagónico.
Escuchar el impulso de quienes te quieren ayuda poco, aunque reconforta un ego destruido: “Eres una buena persona, quien llegue a tu vida será afortunada, ya verás que cuando menos te lo esperes conocerás a alguien”…
Lo cierto es que abrazarse a la fe sigue siendo una fórmula infalible, y está prohibido renunciar a una máxima: “lo bueno atrae lo mismo”…
La colección de decepciones, prospectos fallidos, reconciliaciones imposibles o amores extraviados, no es más que un pasaje necesario para llegar a ti, a quien quizá aún no conozco o a la que se atreverá por fin a abrir los ojos y dejar en el pasado sus miedos para emprender la aventura de su vida.
“Imposible no soñar con una revancha, aunque ésta tenga a un equipo distinto en el campo de batalla…
“Imposible creer que el tiempo seguirá su recorrido sin dedicarme una mirada”…
El 14 de febrero no me deprime, como no lo hacen las burlas de los compañeros de trabajo o ‘amigos’ de ocasión que ignoran que estar solo es también estar acompañado… De un sueño añorado.
DRMO
Febrero de 2013

miércoles, 16 de enero de 2013

Amor de estudiante

  
Daniel Montes de Oca




“Cuando te vi, supe que eras tú”, me dijo luego de casi 20 años de ausencia.
Una de las imágenes más ‘recientes’ que tenía de ella era la de una niña con calcetas tejidas que le llegaban a las rodillas, falda de cuadros entablillada, chaleco azul, blusa blanca, brackets y cabello castaño abajo del hombro.
Fuimos compañeros desde primero de primaria y concluimos juntos la secundaria. No fue con quien me inicié en el arte de besar, pero sí mi primer amor, mi amor de estudiante…
Éramos una especie de ‘María Joaquina y Cirilo’. Ella, una hermosa rubia de familia acomodada en aquella época, con energía inagotable y una sonrisa que conquistaba.
El que escribe, un flacucho achocolatado que vivía feliz para jugar futbol con sus amigos y muy de vez en cuando se emocionaba con alguien del sexo opuesto; aunque con ella la historia era distinta: cuando la veía, las manos sudaban, el estómago se revolvía y la mirada adquiría un brillo único.
Nunca le confesé mis sentimientos y menos le pedí que fuéramos novios para esperarla a la salida, tomarla de la mano, cargar su mochila y acompañarla a su casa; sin embargo, en todo momento supimos que existía una mágica empatía entre nosotros.
Convivimos mucho, cada uno con su grupo de amigos; las historias en común se cuentan a montones, hasta que nos tocó crecer. Terminaron los nueve años de coincidir en la misma escuela, tras concluir la educación básica, y nuestros caminos tomaron direcciones opuestas.
Volví a saber de ella quizá cinco años después por una reunión de reencuentro entre ex compañeros de la secundaria.
Esta vez dejé de lado la timidez y conseguí que estuviéramos ‘juntos’ algunos días: supe que durante un tiempo estudió fotografía, me contó y vi imágenes de sus viajes por el mundo, le regalé un libro que conserva y ha leído muchas veces (Del amor y otros demonios), y la adentré a mi vida de aquella época.
Fue la primera niña que conocieron mi mamá y hermanas; me vio jugar futbol, manejé su Chevy rojo, salimos en pareja y con grupos de amigos, y lo más importante… ¡Por fin nos besamos!
Si las cuentas no fallan, yo rondaba los 17 años y ya había iniciado la carrera de periodismo, luego de abandonar el sueño de ser futbolista por falta de tiempo y cualidades.
Conocí la felicidad y el desamor en cuestión de semanas. Ella atravesaba una etapa de inestabilidad propia de la edad, y tenía una pareja desde antes de nuestro reencuentro, por ello, la ilusión de estar unidos y caminar hacia lo incierto, se truncó. La busqué varias veces hasta que entendí que se terminó algo que quizá no tuvo un comienzo.
Pese al desenlace no deseado en aquella segunda oportunidad, los recuerdos de mi ‘amor de estudiante’ siguen en la caja de lo sagrado y eterno; por ello, cuando me contactó hace poco más de un mes a través de Facebook, experimenté la misma emoción que siempre me provocó sentirla cerca.
Platicamos a través de la frialdad de un chat y realizamos en más de una ocasión la promesa de volvernos a ver, hecho que sucedió casi sin planearlo y de forma inesperada el pasado fin de semana.
Su visita al Distrito Federal por el festejo del cumpleaños 28 de su hermana Itzel fue la ocasión perfecta para otro reencuentro; esta vez, casi dos décadas después.
Llegué al lugar, un antro de moda para veinteañeros, y caminé hacia ella buscándola por el atuendo que me describió: pantalón verde, zapatos altos rosas y chamarra negra.
Un abrazo y un “cómo no te iba a reconocer” que me recitó, sellaron el momento. De inmediato, identifiqué a la hermosa madre de Samuel (11 años) y Sarah (4 años) con la que había platicado a través de las redes sociales.
Luego de algunos tropiezos amorosos de los que nadie se salva, hoy Erika está felizmente casada y tiene una familia.
Yo, sigo en la incesante búsqueda de cristalizar mi proyecto de vida y dejar la eterna soledad. Cada vez estoy más cerca…
Fue la noche más corta para ambos en 20 años. Cada recuerdo se transformó en sonrisa y las confesiones alimentaron el alma: “Me gustabas muchísimo, pero no sabía bien qué quería. Me identificaba mucho contigo”, me dijo, mientras yo le devolvía el momento mágico con un: “eres mi primer amor, mi amor de estudiante”…
Nos las ingeniamos para platicar, reír, cantar y hasta bailar; todo, en un maravilloso viaje que unió el ayer con el presente.
“Lo mejor es que ahora la historia continúa”, me escribió en una de nuestras primeras charlas en diciembre pasado, haciendo alusión a que no nos volveremos a perder la pista.
Y cómo no coincidir con ella, si el destino se ha empecinado en demostrarnos que, aunque cada uno tenga su camino, no podemos tirarnos al olvido.
DRMO
Para ti, ECN.
14 de enero de 2013

domingo, 4 de noviembre de 2012

Bonita pareja


Daniel Montes de Oca



“Hacen bonita pareja”, nos dijo mientras intentaba vendernos un tiempo compartido en un hotel de cinco estrellas de Huatulco.
La aseveración de la regordeta mujer nos hizo mirarnos y apenas soltar una sonrisa fingida. Estábamos llegando al ‘paraíso’ con una boda como el pretexto perfecto para olvidarnos del mundo y de nuestras vidas en la redacción de un periódico.
Sostenemos una sui géneris amistad que no cultivamos con frecuencia, pero se mantiene intacta por un amor que no se merma con la distancia.
“Ella haría bonita pareja casi con cualquiera”, reflexioné, al tiempo en que valoraba la integridad de mi acompañante, a la que incluso llamaron “señora”, asumiendo un matrimonio entre nosotros.
Nuestra parada fue en la Bahía de Tangolunda, una de las nueve maravillas del estado de Oaxaca. Ambos éramos ‘primerizos’ en el lugar.
Aunque son casi seis años de conocernos, este viaje fue un descubrimiento recíproco y permanente. Conocí de primera mano su excelsa filantropía; admiré la fortaleza que le heredó su madre (q.e.p.d); me cautivó la lealtad que es capaz de ofrecer; me enamoré de cada sonrisa; suspiré con ella bajo el cobijo de la luna; la sufrí envuelta en cólera; reconocí la felicidad a su lado y en completa paz…
Ella pudo convivir con la versión poco conocida de un tipo reacio e inexpresivo. Odió mis ronquidos; valoró mi peculiar humor; reafirmó que soy tan sentido como raro; y disfrutó con la alegría con la que un niño vuela un papalote cada una de mis ocurrencias, como manejar ‘a ciegas’ y a toda velocidad la moto acuática.
La llave que nos condujo a un viaje inolvidable fue el atrevimiento. Desde nuestros atuendos en la boda, opuestos a ‘lo recomendado’ y a los que usaron la mayoría de los invitados, hasta dejarnos ‘encantar’ por un lanchero de nombre Zeferino que nos trazó un paseo perfecto, compartió su historia con nosotros y nos sugirió visitar su página de ‘Feibu’…
Fueron cuatro días sin desperdicio. Reímos, bailamos, peleamos, cantamos, pescamos, paseamos, vivimos, bebimos, platicamos, nadamos, descubrimos, snorkeamos, leímos, reflexionamos, vislumbramos, planeamos, soñamos…
“Mira lo que me pasó”, me dijo con voz de niña mimada una mañana cuando el lavabo acumuló el agua y no fue capaz de destaparlo.
Cada detalle lo convertimos en fiesta. No paramos de reír al recordar la anécdota. Éramos dos amigos viviendo un ‘romance’ de amigos.
En otra ocasión, Ana se quemó la piel por exponerse de más al sol, e incluso la búsqueda de algún remedio representó una excelente oportunidad de solidaridad, de complicidad.
“Te sacaste un 10 con estas vacaciones”, me comentó en las últimas horas de nuestra aventura, y fue todo tan imperfecto, que sólo pude coincidir con su apreciación.
Días después, ya de vuelta en nuestras respectivas realidades en la ‘Ciudad de la esperanza’, el novio de la boda a la que asistimos me dijo lo mismo que la mujer que nos recibió en el Hotel Dreams Resorts de Huatulco: “Hacen bonita pareja”…
Esta vez, ya sin ella a mi lado, sólo pude asentir.
DRMO
Para ti, ‘AnaLui’

lunes, 15 de octubre de 2012

Las personas


Daniel Montes de Oca

“Las personas se enamoran de las personas”… Así de simple; así de complejo. Con esta frase, alguien, alguna vez, enterró las preferencias sexuales y le dio eternidad al amor.
Decía Shakespeare que “la vida es un gran escenario en el cual hombres y mujeres son los personajes principales”; pues bien, en esta ‘obra de teatro’ en la que impera la búsqueda de una pareja como pretexto perfecto para acceder a la felicidad, nadie está exento de vivir el drama y la comedia; la algarabía y el desazón; la música y sus silencios.
Somos una tribu hambrienta de compañía, estamos en caza permanente y devoramos cualquier esperanza que nos susurre al oído un futuro lleno de luz.
Muchas veces acertamos en la elección y nos eligen; bendita coincidencia. Otras, erramos y no somos correspondidos; ley de vida.
La plenitud asoma y coquetea, pero no cede ante tímidos esfuerzos. La oportunidad toca a la puerta y pasea por los pasillos, aunque tiene poca paciencia con los que se atreven a ignorarla.
La tristeza es un estado transitorio y necesario que puede volverse perenne si lo adoptamos como el argumento que explique nuestra ‘mala suerte’.
Decía Dostoievski que “un momento de dicha es bastante para una vida entera”. Lo cierto es que nada nos basta, somos seres imperfectos que tenemos el firmamento como techo.
Lo cierto es que muchos no contamos en nuestros recuerdos ese instante que nos lleve a balbucear entre bostezos de nostalgia un “valió la pena”…
Estar a la espera de un golpe de suerte para encontrarle sentido a nuestro andar es como agonizar cada día con la esperanza lejana de nunca morir.
En ‘mi historia’ se encuentran anhelos frustrados, ilusiones intactas, pasajes inmortales, leyendas escritas, cuentos inconclusos, sueños sin insomnio, finales felices, principios inesperados, citas sin pactar, miedos en primera fila y un sinfín de etcéteras.
También he pensado en rendirme, también me ha abrazado el pesimismo, también me he sentido desamparado, también he llorado; también he creído que ‘las batallas contra las mujeres son las únicas que a veces se ganan huyendo’; pero también sigo en pie, listo para conquistar al porvenir.
Hoy tengo claro que NO quiero a mi lado a una mujer que ‘pare el tráfico’, sino a una que en medio de éste me acompañe y juntos poder disfrutar del caos…
“Las personas se enamoran de las personas”… Hoy, me voy a enamorar…
DRMO
Octubre de 2012

sábado, 7 de enero de 2012

Necesito

Daniel Montes de Oca

Necesito una discusión en la mañana provocada por mi eterna pereza para abandonar la cama…
Necesito el relato de una historia cotidiana tan ajena a la mía, que me sorprenda por su simpleza…
Necesito compartir los tiempos libres que no tengo, porque la vida cada día me cuesta más en silencio…
Necesito que me digas lo mal que lo hago cuando el malhumor se impone sobre la filantropía…
Necesito a las musas que te circundan para escribir más, hacerlo mejor y plasmarte a ti en cada idea…
Necesito un abrazo que me encante y me conserve risueño pese a la cotidianidad y a la rutina…
Necesito ofrecerte a un ser humano que vive en una concha protegido de sus miedos, pero ansioso por salir para vencerlos…
Necesito gritar sin que me importe quién me escuche, mientras mis palabras encuentren un oído receptivo…
Necesito aventurarme más, planear menos y no pensar nada; simplemente actuar, fiel a mi esencia que no guarda maldad…
Necesito convivir con extraños sin juzgarlos, lejos de toda expectativa que no sea conocer, aprender y compartir…
Necesito despertar sin la sensación de que lo que ocurrirá en el día ya lo viví una y otra vez…
Necesito que dentro de tu extraordinaria independencia me necesites un poco y sientas que tú me provocas lo mismo…
Necesito mirar al tiempo a la cara sin temores ni remordimientos por haberlo dejado pasar y no haber plasmado una historia que valga la pena…
Necesito ir al cine y no entenderle a una película, pero salir maravillado por un momento irrepetible a tu lado…
Necesito que me reproches que el futbol ocupa mis espacios para desmentirte con un beso que me haga perderme un gol histórico…
Necesito dejar de sobrevivir para acceder más seguido a ese estado utópico que se llama felicidad…
Necesito darlo todo por alguien, reencontrar la fe que perdí por un gran golpe y saberme capaz de cualquier cosa…
Necesito acortar estas noches de insomnio con tu imagen en el techo; te necesito en mi vida…

DRMO