miércoles, 6 de marzo de 2013

Un atardecer de ‘realismo mágico’

Daniel Montes de Oca



La espera por su llegada fue similar a la de una primera cita: taquicardia, ansiedad a tope manifestada con un incesante sudor de manos, y tragos nerviosos al café.
Ahí estaba yo, en la sala de una librería, aguardando el arribo de un personaje al que sólo en una novela de ‘realismo mágico’ hubiese imaginado conocer.
Dicen que los seres humanos vivimos la inseguridad cuando nos ponen enfrente lo que deseamos, y esta teoría la comprobé aquella tarde.
Libro en mano, listo para ser ‘dedicado’, y la vista fija en el lugar que ocuparía el ‘maestro’, para trazar la estrategia rumbo a su encuentro…
Todo empezó gracias a Luis Enrique Iglesias, un ex compañero y buen amigo con quien coincidí en el periódico donde actualmente laboro. Su madre, Lidia, una señora encantadora, es la enfermera de esta leyenda de las letras, y amablemente le ofreció a su hijo la posibilidad de que, junto con un grupo reducido de amigos (tres) nos tomáramos una foto con él, además de que podía firmarnos algunas de sus obras.
La cita original el pasado sábado 16 de febrero fue en Plaza Loreto, al sur del Distrito Federal, lugar al que el escritor de 85 años (en esa fecha) iría a disfrutar de un helado al mediodía. Sin embargo, su equipo de trabajo decidió de último momento cambiar el sitio y llevarían al maestro a la librería ‘El Péndulo’, por lo que cambiaría la nieve por un café. Luis Enrique, Manuel, mi tocayo y yo iniciamos el recorrido rumbo al Centro Comercial Perisur, pero en el camino una llamada telefónica que recibió Luis cambió nuestro panorama. Su mamá le pidió que ingresáramos al lugar, solicitáramos una mesa, pidiéramos café y aguardáramos la llegada del personaje que nos haría el día y muchos atardeceres.
De pronto, la idea de que de manera escueta y casi apresurada nos firmaría un libro y podríamos tomarnos una fotografía con él, cambió de forma radical. Llegaría a sentarse con nosotros y departiríamos algunos minutos…
Apenas atendí las preguntas de la mesera y ordené un ‘late’, mientras a lo lejos lo descubrí: con un andar cansino y apoyado de la señora Lidia se abría paso entre un mar de libros para llegar a donde estábamos ubicados.
Coordinados y pasmados, los cuatro ‘anfitriones’ nos pusimos de pie para recibirlo. Nos estrechó la mano uno a uno y regaló una sonrisa encantadora.
Genovevo, su chofer y asistente, lo ayudó a tomar asiento, mientras la mamá de Luis le solicitó un capuchino “no muy caliente”, el cual tuvieron que ‘enfriar’ en un par de ocasiones.
Fueron escasos 20 minutos los que estuvo en el lugar; suficientes para convertir el momento en inmortal.
Vestía impecable con un chaleco beige, blazer café del cual asomaban unos lentes de la solapa, pantalón azul a rayas y una corbata de varios tonos, la cual, por cierto, se aflojó, pues le molestaba.
Iba afónico y cansado. Cada que decide salir de su casa en el Distrito Federal, en donde vive desde hace 40 años, emprende una travesía, pues la gente lo reconoce, lo aborda y forma una nube a su alrededor, situación que su equipo de trabajo, en el que está incluido un guardaespaldas, ya sabe manejar.
Luce abrumado con las muestras de afecto, pero las corresponde con la humildad que caracteriza a las leyendas.
Apoyado por su asistente dedicó los libros y posó para las fotos, no sin antes bromear indicando con la mano derecha que nos cobraría por ello.
“¿Cómo ve a mi hijo?” –le preguntó de pronto la señora Lidia–; entonces, reflexionó unos segundos, observó a Luis Enrique, y soltó la sentencia: “Va a ser mejor que tú”, desatando la risa de los presentes.
En ningún momento le quité la vista de encima, cualquier movimiento que hacía resultaba significativo: sostenía la taza de café con las dos manos y le daba grandes sorbos; en cada dedicatoria observaba el título del libro en el que escribía; prestaba atención a la ‘estrategia’ de su equipo de trabajo para regresarlo a casa y, desde luego, nunca dejó de sonreír.
Gabriel García Márquez –o Gabo, como le llaman cariñosamente– habló poco en ‘nuestro’ encuentro; el ‘Maestro’ lo ha dicho todo a través de su obra.
DRMO
Febrero 23 de 2013

jueves, 14 de febrero de 2013

Amor en soledad


Daniel Montes de Oca

Las burlas por la ausencia de una pareja se han vuelto tan comunes que apenas me generan molestia.
Esta fecha no deja de ser una estadística que indica el tercer año en una ‘soledad relativa’.
Caminar sin alguien al lado genera vacío en el alma, pero alimenta la esperanza de encontrar a la persona adecuada para esta vez no equivocarse.
Ser espectador de fascinantes historias de amor es un privilegio que puede llegar a cansar porque no asoma el momento de tener el rol protagónico.
Escuchar el impulso de quienes te quieren ayuda poco, aunque reconforta un ego destruido: “Eres una buena persona, quien llegue a tu vida será afortunada, ya verás que cuando menos te lo esperes conocerás a alguien”…
Lo cierto es que abrazarse a la fe sigue siendo una fórmula infalible, y está prohibido renunciar a una máxima: “lo bueno atrae lo mismo”…
La colección de decepciones, prospectos fallidos, reconciliaciones imposibles o amores extraviados, no es más que un pasaje necesario para llegar a ti, a quien quizá aún no conozco o a la que se atreverá por fin a abrir los ojos y dejar en el pasado sus miedos para emprender la aventura de su vida.
“Imposible no soñar con una revancha, aunque ésta tenga a un equipo distinto en el campo de batalla…
“Imposible creer que el tiempo seguirá su recorrido sin dedicarme una mirada”…
El 14 de febrero no me deprime, como no lo hacen las burlas de los compañeros de trabajo o ‘amigos’ de ocasión que ignoran que estar solo es también estar acompañado… De un sueño añorado.
DRMO
Febrero de 2013

miércoles, 16 de enero de 2013

Amor de estudiante

  
Daniel Montes de Oca




“Cuando te vi, supe que eras tú”, me dijo luego de casi 20 años de ausencia.
Una de las imágenes más ‘recientes’ que tenía de ella era la de una niña con calcetas tejidas que le llegaban a las rodillas, falda de cuadros entablillada, chaleco azul, blusa blanca, brackets y cabello castaño abajo del hombro.
Fuimos compañeros desde primero de primaria y concluimos juntos la secundaria. No fue con quien me inicié en el arte de besar, pero sí mi primer amor, mi amor de estudiante…
Éramos una especie de ‘María Joaquina y Cirilo’. Ella, una hermosa rubia de familia acomodada en aquella época, con energía inagotable y una sonrisa que conquistaba.
El que escribe, un flacucho achocolatado que vivía feliz para jugar futbol con sus amigos y muy de vez en cuando se emocionaba con alguien del sexo opuesto; aunque con ella la historia era distinta: cuando la veía, las manos sudaban, el estómago se revolvía y la mirada adquiría un brillo único.
Nunca le confesé mis sentimientos y menos le pedí que fuéramos novios para esperarla a la salida, tomarla de la mano, cargar su mochila y acompañarla a su casa; sin embargo, en todo momento supimos que existía una mágica empatía entre nosotros.
Convivimos mucho, cada uno con su grupo de amigos; las historias en común se cuentan a montones, hasta que nos tocó crecer. Terminaron los nueve años de coincidir en la misma escuela, tras concluir la educación básica, y nuestros caminos tomaron direcciones opuestas.
Volví a saber de ella quizá cinco años después por una reunión de reencuentro entre ex compañeros de la secundaria.
Esta vez dejé de lado la timidez y conseguí que estuviéramos ‘juntos’ algunos días: supe que durante un tiempo estudió fotografía, me contó y vi imágenes de sus viajes por el mundo, le regalé un libro que conserva y ha leído muchas veces (Del amor y otros demonios), y la adentré a mi vida de aquella época.
Fue la primera niña que conocieron mi mamá y hermanas; me vio jugar futbol, manejé su Chevy rojo, salimos en pareja y con grupos de amigos, y lo más importante… ¡Por fin nos besamos!
Si las cuentas no fallan, yo rondaba los 17 años y ya había iniciado la carrera de periodismo, luego de abandonar el sueño de ser futbolista por falta de tiempo y cualidades.
Conocí la felicidad y el desamor en cuestión de semanas. Ella atravesaba una etapa de inestabilidad propia de la edad, y tenía una pareja desde antes de nuestro reencuentro, por ello, la ilusión de estar unidos y caminar hacia lo incierto, se truncó. La busqué varias veces hasta que entendí que se terminó algo que quizá no tuvo un comienzo.
Pese al desenlace no deseado en aquella segunda oportunidad, los recuerdos de mi ‘amor de estudiante’ siguen en la caja de lo sagrado y eterno; por ello, cuando me contactó hace poco más de un mes a través de Facebook, experimenté la misma emoción que siempre me provocó sentirla cerca.
Platicamos a través de la frialdad de un chat y realizamos en más de una ocasión la promesa de volvernos a ver, hecho que sucedió casi sin planearlo y de forma inesperada el pasado fin de semana.
Su visita al Distrito Federal por el festejo del cumpleaños 28 de su hermana Itzel fue la ocasión perfecta para otro reencuentro; esta vez, casi dos décadas después.
Llegué al lugar, un antro de moda para veinteañeros, y caminé hacia ella buscándola por el atuendo que me describió: pantalón verde, zapatos altos rosas y chamarra negra.
Un abrazo y un “cómo no te iba a reconocer” que me recitó, sellaron el momento. De inmediato, identifiqué a la hermosa madre de Samuel (11 años) y Sarah (4 años) con la que había platicado a través de las redes sociales.
Luego de algunos tropiezos amorosos de los que nadie se salva, hoy Erika está felizmente casada y tiene una familia.
Yo, sigo en la incesante búsqueda de cristalizar mi proyecto de vida y dejar la eterna soledad. Cada vez estoy más cerca…
Fue la noche más corta para ambos en 20 años. Cada recuerdo se transformó en sonrisa y las confesiones alimentaron el alma: “Me gustabas muchísimo, pero no sabía bien qué quería. Me identificaba mucho contigo”, me dijo, mientras yo le devolvía el momento mágico con un: “eres mi primer amor, mi amor de estudiante”…
Nos las ingeniamos para platicar, reír, cantar y hasta bailar; todo, en un maravilloso viaje que unió el ayer con el presente.
“Lo mejor es que ahora la historia continúa”, me escribió en una de nuestras primeras charlas en diciembre pasado, haciendo alusión a que no nos volveremos a perder la pista.
Y cómo no coincidir con ella, si el destino se ha empecinado en demostrarnos que, aunque cada uno tenga su camino, no podemos tirarnos al olvido.
DRMO
Para ti, ECN.
14 de enero de 2013