Daniel Montes de Oca
“Cuando te vi, supe que eras tú”, me
dijo luego de casi 20 años de ausencia.
Una de las imágenes más ‘recientes’ que tenía de ella era la de una
niña con calcetas tejidas que le llegaban a las rodillas, falda de cuadros
entablillada, chaleco azul, blusa blanca, brackets y cabello castaño abajo del
hombro.
Fuimos compañeros desde primero de primaria y concluimos juntos la
secundaria. No fue con quien me inicié en el arte de besar, pero sí mi primer
amor, mi amor de estudiante…
Éramos una especie de ‘María Joaquina y Cirilo’. Ella, una hermosa
rubia de familia acomodada en aquella época, con energía inagotable y una
sonrisa que conquistaba.
El que escribe, un flacucho achocolatado que vivía feliz para jugar
futbol con sus amigos y muy de vez en cuando se emocionaba con alguien del sexo
opuesto; aunque con ella la historia era distinta: cuando la veía, las manos
sudaban, el estómago se revolvía y la mirada adquiría un brillo único.
Nunca le confesé mis sentimientos y menos le pedí que fuéramos novios
para esperarla a la salida, tomarla de la mano, cargar su mochila y acompañarla
a su casa; sin embargo, en todo momento supimos que existía una mágica empatía
entre nosotros.
Convivimos mucho, cada uno con su grupo de amigos; las historias en
común se cuentan a montones, hasta que nos tocó crecer. Terminaron los nueve
años de coincidir en la misma escuela, tras concluir la educación básica, y
nuestros caminos tomaron direcciones opuestas.
Volví a saber de ella quizá cinco años después por una reunión de
reencuentro entre ex compañeros de la secundaria.
Esta vez dejé de lado la timidez y conseguí que estuviéramos ‘juntos’
algunos días: supe que durante un tiempo estudió fotografía, me contó y vi
imágenes de sus viajes por el mundo, le regalé un libro que conserva y ha leído
muchas veces (Del amor y otros demonios), y la adentré a mi vida de aquella época.
Fue la primera niña que conocieron mi mamá y hermanas; me vio jugar
futbol, manejé su Chevy rojo, salimos en pareja y con grupos de amigos, y lo
más importante… ¡Por fin nos besamos!
Si las cuentas no fallan, yo rondaba los 17 años y ya había iniciado
la carrera de periodismo, luego de abandonar el sueño de ser futbolista por
falta de tiempo y cualidades.
Conocí la felicidad y el desamor en cuestión de semanas. Ella
atravesaba una etapa de inestabilidad propia de la edad, y tenía una pareja
desde antes de nuestro reencuentro, por ello, la ilusión de estar unidos y
caminar hacia lo incierto, se truncó. La busqué varias veces hasta que entendí
que se terminó algo que quizá no tuvo un comienzo.
Pese al desenlace no deseado en aquella segunda oportunidad, los
recuerdos de mi ‘amor de estudiante’ siguen en la caja de lo sagrado y eterno;
por ello, cuando me contactó hace poco más de un mes a través de Facebook,
experimenté la misma emoción que siempre me provocó sentirla cerca.
Platicamos a través de la frialdad de un chat y realizamos en más de
una ocasión la promesa de volvernos a ver, hecho que sucedió casi sin planearlo
y de forma inesperada el pasado fin de semana.
Su visita al Distrito Federal por el festejo del cumpleaños 28 de su
hermana Itzel fue la ocasión perfecta para otro reencuentro; esta vez, casi dos
décadas después.
Llegué al lugar, un antro de moda para veinteañeros, y caminé hacia
ella buscándola por el atuendo que me describió: pantalón verde, zapatos altos
rosas y chamarra negra.
Un abrazo y un “cómo no te iba a reconocer” que me recitó, sellaron el
momento. De inmediato, identifiqué a la hermosa madre de Samuel (11 años) y
Sarah (4 años) con la que había platicado a través de las redes sociales.
Luego de algunos tropiezos amorosos de los que nadie se salva, hoy
Erika está felizmente casada y tiene una familia.
Yo, sigo en la incesante búsqueda de cristalizar mi proyecto de vida y
dejar la eterna soledad. Cada vez estoy más cerca…
Fue la noche más corta para ambos en 20 años. Cada recuerdo se
transformó en sonrisa y las confesiones alimentaron el alma: “Me gustabas
muchísimo, pero no sabía bien qué quería. Me identificaba mucho contigo”, me
dijo, mientras yo le devolvía el momento mágico con un: “eres mi primer amor,
mi amor de estudiante”…
Nos las ingeniamos para platicar, reír, cantar y hasta bailar; todo,
en un maravilloso viaje que unió el ayer con el presente.
“Lo mejor es que ahora la historia continúa”, me escribió en una de
nuestras primeras charlas en diciembre pasado, haciendo alusión a que no nos
volveremos a perder la pista.
Y cómo no coincidir con ella, si el destino se ha empecinado en
demostrarnos que, aunque cada uno tenga su camino, no podemos tirarnos al
olvido.
DRMO
Para ti, ECN.
14 de enero de 2013