Daniel
Montes de Oca
Así
como apareció, se perdió de mi vista dejando una estela de alegría, nostalgia y
arrepentimiento.
El trecho entre admirar a alguien y la
posibilidad inesperada de tenerlo a) de frente es infinito. Pues bien, el
pasado fin de semana ocurrió.
Para celebrar de forma atrasada el
cumpleaños de una persona importante en mi vida, luego de descartar Valle de
Bravo, por pronóstico de lluvia, y Real del Monte, por frío, recalamos en
Tepoztlán, sitio en el que la principal de las certezas es la felicidad.
Conservo la maravillosa virtud de saber
observar, descubrir, darle importancia a los detalles y sorprenderme.
Con esta
fórmula la encontré: yo caminaba entre la gente y su andar indiferente, con
bossa nova aderezando el día, cervezas gigantes preparadas reemplazando al
agua, el ofrecimiento de tomarte la foto de tu aura y un sinfín de elementos
propios de un sitio único.
Es curioso pero antes de llegar a
reconocerla fijé la vista en su mascota, un simpático perrito Yorkshire
terrier. En el recorrido de la mirada para conocer a la dueña jamás me pasó por
la mente descubrir ese rostro limpio de poses y maquillaje.
No tuve reacción. “Mira”, me dijo
Adriana, mi compañera de viaje, resumiendo en una palabra el gusto que me
invadiría por coincidir con tan maravilloso personaje.
Seguí pasmado,
contemplándola mientras ella continuaba su andar.
Conocedora de mi admiración por Ana, mi
cómplice me animó hasta en tres ocasiones a saludarla y solicitarle una
foto. No accedí, la vena de fan no se desarrolló en mi organismo y me daba
pánico siquiera interrumpirla para dicha solicitud.Hubo una contraoferta de Adriana: “Yo le digo, tú sólo te tomas la foto”. Mi respuesta no varió. Más adelante nos volvimos a cruzar durante nuestro recorrido por las calles empedradas, bajo un clima cálido y el talento mexicano impregnado en la ropa y artesanías.
Me mantuve sin abordarla, me conformé con contemplarla a una distancia envidiable. Esa fue mi forma de sustituir a la selfie, o solicitar una firma que sirve de poco y nada.
Una de las señales que nos permiten advertir que estamos
envejeciendo es que nos cuesta adaptarnos a las cosas nuevas.
Pues bien, a mí
el desparpajo del fan de oficio no se me da y hoy los muy jóvenes lo practican
con maestría...
Aunque minutos después reparé en mi error. Mi caso va más allá de
ser un admirador de oficio. Siento una tremenda empatía con lo que conozco de
ella a través de su trabajo, entrevistas y acontecimientos públicos. Esto,
aunado a una belleza que por natural debería ser patrimonio nacional.
La perdí de vista por segunda ocasión y en ese momento me invadió una cruda moral mayor a la de mis épocas de adolescente y adulto inconsciente. Me quedé con las ganas de algo y eso va más allá de ser o no un fan, o de mi carácter reacio que no permite ceder.
Para buscar un tercer ´encuentro a distancia´ le escribí vía Twitter: “Hoy lamenté no tener ese lado de fan que en estos casos es necesario... Tepoztlán brilla con tu andar y talento, @LA_SERRADILLA”.
La perdí de vista por segunda ocasión y en ese momento me invadió una cruda moral mayor a la de mis épocas de adolescente y adulto inconsciente. Me quedé con las ganas de algo y eso va más allá de ser o no un fan, o de mi carácter reacio que no permite ceder.
Para buscar un tercer ´encuentro a distancia´ le escribí vía Twitter: “Hoy lamenté no tener ese lado de fan que en estos casos es necesario... Tepoztlán brilla con tu andar y talento, @LA_SERRADILLA”.
Su respuesta, minutos después, me
generó sentimientos encontrados: “Muchas gracias. Nos hubiéramos tomado una
foto. Un abrazo grandote!”... Tremenda lección.
“¿Por qué no le hablé?”, lamenté una y otra vez durante todo el día; esto, aunado a las burlas de Adriana, quien de tonto no me bajó, y con justificada razón.
Hoy, ya con la frialdad de las horas transcurridas reparé en que quizá nunca tendré una foto con Ana Serradilla, pero el recuerdo de descubrirla caminando por las calles empedradas de este pueblo mágico de Morelos, perdurará sin desgaste en mi memoria.
“¿Por qué no le hablé?”, lamenté una y otra vez durante todo el día; esto, aunado a las burlas de Adriana, quien de tonto no me bajó, y con justificada razón.
Hoy, ya con la frialdad de las horas transcurridas reparé en que quizá nunca tendré una foto con Ana Serradilla, pero el recuerdo de descubrirla caminando por las calles empedradas de este pueblo mágico de Morelos, perdurará sin desgaste en mi memoria.
DRMO
17 Agosto 2014
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